venerdì 8 settembre 2017

Grande Incontro per la Riconciliazione Nazionale della Colombia. Discorso del Santo Padre



Grande Incontro per la Riconciliazione Nazionale a Villavicencio e Sosta presso la Croce della Riconciliazione. Discorso del Santo Padre 
Sala stampa della Santa Sede 
[Text: Italiano, Español, English, Français, Português] 

Nel pomeriggio, prima di lasciare il Compound Maloca del Joropo, il Santo Padre Francesco passa nella Cappella dove è esposta la statua "Virgén de Chirajara" e benedice i sacerdoti della diocesi. Quindi si trasferisce in auto al Parque Las Malocas di Villavicencio dove, alle ore 15.40, ha luogo il Grande Incontro per la Riconciliazione Nazionale. Sono presenti rappresentanti di vittime della violenza, militari e agenti di polizia, ex guerriglieri.
Dopo il saluto dell’Arcivescovo di Villavicencio, S.E. Mons. Óscar Urbina Ortega, la lettura e la rappresentazione del Salmo 85 e l’esecuzione di un canto per la pace, hanno luogo quattro testimonianze, ciascuna delle quali è seguita dall’accensione e dalla deposizione di una candela ai piedi del Crocifisso. Quindi il Papa pronuncia il suo discorso seguito dalla recita della preghiera di San Francesco e dalla benedizione finale. Al termine, dopo le parole di ringraziamento di due bambini, Papa Francesco si trasferisce in auto al Parque de los Fundadores dove si trova la Croce della Riconciliazione (Crucifijo de Bojayá).
Pubblichiamo di seguito il discorso che il Santo Padre pronuncia nel corso dell’incontroː
Discorso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas:
Desde el primer día he deseado que llegara este momento de nuestro encuentro. Ustedes llevan en su corazón y en su carne las huellas de la historia viva y reciente de su pueblo, marcada por eventos trágicos pero también llena de gestos heroicos, de gran humanidad y de alto valor espiritual de fe y esperanza. Vengo aquí con respeto y con una conciencia clara de estar, como Moisés, pisando un terreno sagrado (cf. Ex 3,5). Una tierra regada con la sangre de miles de víctimas inocentes y el dolor desgarrador de sus familiares y conocidos. Heridas que cuesta cicatrizar y que nos duelen a todos, porque cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como personas.
Y estoy aquí no tanto para hablar yo sino para estar cerca de ustedes y mirarlos a los ojos, para escucharlos y abrir mi corazón a vuestro testimonio de vida y de fe. Y si me lo permiten, desearía también abrazarlos y llorar con ustedes, quisiera que recemos juntos y que nos perdonemos ―yo también tengo que pedir perdón― y que así, todos juntos, podamos mirar y caminar hacia delante con fe y esperanza.
Nos reunimos a los pies del Crucificado de Bojayá, que el 2 de mayo de 2002 presenció y sufrió la masacre de decenas de personas refugiadas en su iglesia. Esta imagen tiene un fuerte valor simbólico y espiritual. Al mirarla contemplamos no sólo lo que ocurrió aquel día, sino también tanto dolor, tanta muerte, tantas vidas rotas y tanta sangre derramada en la Colombia de los últimos decenios. Ver a Cristo así, mutilado y herido, nos interpela. Ya no tiene brazos y su cuerpo ya no está, pero conserva su rostro y con él nos mira y nos ama. Cristo roto y amputado, para nosotros es «más Cristo» aún, porque nos muestra una vez más que Él vino para sufrir por su pueblo y con su pueblo; y para enseñarnos también que el odio no tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte y la violencia. Nos enseña a transformar el dolor en fuente de vida y resurrección, para que junto a Él y con Él aprendamos la fuerza del perdón, la grandeza del amor.
Agradezco a estos hermanos nuestros que han querido compartir su testimonio, en nombre de tantos otros. ¡Cuánto bien nos hace escuchar sus historias! Estoy conmovido. Son historias de sufrimiento y amargura, pero también y, sobre todo, son historias de amor y perdón que nos hablan de vida y esperanza; de no dejar que el odio, la venganza o el dolor se apoderen de nuestro corazón.
El oráculo final del Salmo 85: «El amor y la verdad se encontrarán, la justicia y la paz se abrazarán» (v.11), es posterior a la acción de gracias y a la súplica donde se le pide a Dios: ¡Restáuranos! Gracias Señor por el testimonio de los que han infligido dolor y piden perdón; los que han sufrido injustamente y perdonan. Esto sólo es posible con tu ayuda y presencia. Eso ya es un signo enorme de que quieres restaurar la paz y la concordia en esta tierra colombiana.
Pastora Mira, tú lo has dicho muy bien: Quieres poner todo tu dolor, y el de miles de víctimas, a los pies de Jesús Crucificado, para que se una al suyo y así sea transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia que ha imperado en Colombia. Tienes razón: la violencia engendra más violencia, el odio más odio, y la muerte más muerte. Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible, y eso sólo es posible con el perdón y la reconciliación. Y tú, querida Pastora, y tantos otros como tú, nos han demostrado que es posible. Sí, con la ayuda de Cristo vivo en medio de la comunidad es posible vencer el odio, es posible vencer la muerte, es posible comenzar de nuevo y alumbrar una Colombia nueva. Gracias, Pastora, qué gran bien nos haces hoy a todos con el testimonio de tu vida. Es el crucificado de Bojayá quien te ha dado esa fuerza para perdonar y para amar, y para ayudarte a ver en la camisa que tu hija Sandra Paola regaló a tu hijo Jorge Aníbal, no sólo el recuerdo de sus muertes, sino la esperanza de que la paz triunfe definitivamente en Colombia.
Nos conmueve también lo que ha dicho Luz Dary en su testimonio: que las heridas del corazón son más profundas y difíciles de curar que las del cuerpo. Así es. Y lo que es más importante, te has dado cuenta de que no se puede vivir del rencor, de que sólo el amor libera y construye. Y de esta manera comenzaste a sanar también las heridas de otras víctimas, a reconstruir su dignidad. Este salir de ti misma te ha enriquecido, te ha ayudado a mirar hacia delante, a encontrar paz y serenidad y un motivo para seguir caminando. Te agradezco la muleta que me ofreces. Aunque aún te quedan secuelas físicas de tus heridas, tu andar espiritual es rápido y firme, porque piensas en los demás y quieres ayudarles. Esta muleta tuya es un símbolo de esa otra muleta más importante, y que todos necesitamos, que es el amor y el perdón. Con tu amor y tu perdón estás ayudando a tantas personas a caminar en la vida. Gracias.
Deseo agradecer también el testimonio elocuente de Deisy y Juan Carlos. Nos hicieron comprender que todos, al final, de un modo u otro, también somos víctimas, inocentes o culpables, pero todos víctimas. Todos unidos en esa pérdida de humanidad que supone la violencia y la muerte. Deisy lo ha dicho claro: comprendiste que tú misma habías sido una víctima y tenías necesidad de que se te concediera una oportunidad. Y comenzaste a estudiar, y ahora trabajas para ayudar a las víctimas y para que los jóvenes no caigan en las redes de la violencia y de la droga. También hay esperanza para quien hizo el mal; no todo está perdido. Es cierto que en esa regeneración moral y espiritual del victimario la justicia tiene que cumplirse. Como ha dicho Deisy, se debe contribuir positivamente a sanar esa sociedad que ha sido lacerada por la violencia.
Resulta difícil aceptar el cambio de quienes apelaron a la violencia cruel para promover sus fines, para proteger negocios ilícitos y enriquecerse o para, engañosamente, creer estar defendiendo la vida de sus hermanos. Ciertamente es un reto para cada uno de nosotros confiar en que se pueda dar un paso adelante por parte de aquellos que infligieron sufrimiento a comunidades y a un país entero. Es cierto que en este enorme campo que es Colombia todavía hay espacio para la cizaña. Ustedes estén atentos a los frutos, cuiden el trigo y no pierdan la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24). Aun cuando perduren conflictos, violencia o sentimientos de venganza, no impidamos que la justicia y la misericordia se encuentren en un abrazo que asuma la historia de dolor de Colombia. Sanemos aquel dolor y acojamos a todo ser humano que cometió delitos, los reconoce, se arrepiente y se compromete a reparar, contribuyendo a la construcción del orden nuevo donde brille la justicia y la paz.
Como ha dejado entrever en su testimonio Juan Carlos, en todo este proceso, largo, difícil, pero esperanzador de la reconciliación, resulta indispensable también asumir la verdad. Es un desafío grande pero necesario. La verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Juntas son esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas y se transformen en instrumentos de venganza sobre quien es más débil. La verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón. Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos.
Quisiera, finalmente, como hermano y como padre, decir: Colombia, abre tu corazón de pueblo de Dios y déjate reconciliar. No temas a la verdad ni a la justicia. Queridos colombianos: No tengan temor a pedir y a ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias. Es la hora para desactivar los odios, renunciar a las venganzas y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno. Que podamos habitar en armonía y fraternidad, como desea el Señor. Pidamos ser constructores de paz, que allá donde haya odio y resentimiento, pongamos amor y misericordia (cf. Oración atribuida a san Francisco de Asís).
Deseo poner todas estas intenciones ante la imagen del crucificado, el Cristo negro de Bojayá:
Oh Cristo negro de Bojayá,
que nos recuerdas tu pasión y muerte;
junto con tus brazos y pies
te han arrancado a tus hijos
que buscaron refugio en ti.
Oh Cristo negro de Bojayá,
que nos miras con ternura
y en tu rostro hay serenidad;
palpita también tu corazón
para acogernos en tu amor.
Oh Cristo negro de Bojayá,
haz que nos comprometamos
a restaurar tu cuerpo.
Que seamos tus pies para salir al encuentro
del hermano necesitado;
tus brazos para abrazar
al que ha perdido su dignidad;
tus manos para bendecir y consolar
al que llora en soledad.
Haz que seamos testigos
de tu amor y de tu infinita misericordia.

Traduzione in lingua italiana
Cari fratelli e sorelle!
Fin dal primo giorno ho desiderato che venisse questo momento del nostro incontro. Voi portate nel vostro cuore e nella vostra carne le impronte della storia viva e recente del vostro popolo, segnata da eventi tragici ma anche piena di gesti eroici, di grande umanità e di alto valore spirituale di fede e di speranza. Vengo qui con rispetto e con la chiara consapevolezza di trovarmi, come Mosè, su una terra sacra (cfr Es 3,5). Una terra irrigata con il sangue di migliaia di vittime innocenti e col dolore lacerante dei loro familiari e conoscenti. Ferite che stentano a cicatrizzarsi e che ci addolorano tutti, perché ogni violenza commessa contro un essere umano è una ferita nella carne dell’umanità; ogni morte violenta ci “diminuisce” come persone.
Io sono qui non tanto per parlare ma per stare vicino a voi e guardarvi negli occhi, per ascoltarvi e aprire il mio cuore alla vostra testimonianza di vita e di fede. E, se me lo permettete, vorrei anche abbracciarvi e piangere con voi, vorrei che pregassimo insieme e che ci perdoniamo – anch’io devo chiedere perdono – e che così, tutti insieme, possiamo guardare e andare avanti con fede e speranza.
Ci siamo riuniti ai piedi del Crocifisso di Bojayá, che il 2 maggio 2002 assistette e patì il massacro di decine di persone rifugiate nella sua chiesa. Questa immagine ha un forte valore simbolico e spirituale. Guardandola contempliamo non solo ciò che accadde quel giorno, ma anche tanto dolore, tanta morte, tante vite spezzate e tanto sangue versato nella Colombia degli ultimi decenni. Vedere Cristo così, mutilato e ferito, ci interpella. Non ha più braccia e il suo corpo non c’è più, ma conserva il suo volto e con esso ci guarda e ci ama. Cristo spezzato e amputato, per noi è ancora “più Cristo”, perché ci mostra ancora una volta che è venuto a soffrire per il suo popolo e con il suo popolo; e anche ad insegnarci che l’odio non ha l’ultima parola, che l’amore è più forte della morte e della violenza. Ci insegna a trasformare il dolore in fonte di vita e risurrezione, affinché insieme a Lui e con Lui impariamo la forza del perdono, la grandezza dell’amore.
Ringrazio questi nostri fratelli che hanno voluto condividere la loro testimonianza, a nome di tanti altri. Come ci fa bene ascoltare le loro storie! Sono commosso. Sono storie di sofferenza e di amarezza, ma anche, e soprattutto, storie di amore e di perdono che ci parlano di vita e di speranza, di non lasciare che l’odio, la vendetta e il dolore si impadroniscano del nostro cuore.
L’oracolo finale del Salmo 85: «Amore e verità s’incontreranno, giustizia e pace si baceranno» (v. 11) viene dopo il ringraziamento e la supplica in cui si chiede a Dio: Rinnovaci! Grazie, Signore, per la testimonianza di coloro che hanno inflitto dolore e chiedono perdono; di quanti hanno sofferto ingiustamente e perdonano. Questo è possibile con il tuo aiuto e la tua presenza… ed è già un segno enorme che tu vuoi ricostruire la pace e la concordia in questa terra colombiana.
Pastora Mira, tu lo hai detto molto bene: vuoi mettere tutto il tuo dolore, e quello di migliaia di vittime, ai piedi di Gesù Crocifisso, perché si unisca al suo e così sia trasformato in benedizione e capacità di perdono per spezzare la catena della violenza che ha regnato in Colombia. Hai ragione: la violenza genera altra violenza, l’odio altro odio, e la morte altra morte. Dobbiamo spezzare questa catena che appare ineluttabile, e ciò è possibile soltanto con il perdono e la riconciliazione. E tu, cara Pastora, e tanti altri come te, ci avete dimostrato che è possibile. Sì, con l’aiuto di Cristo vivo in mezzo alla comunità, è possibile vincere l’odio, è possibile vincere la morte, è possibile cominciare di nuovo e dare vita a una Colombia nuova. Grazie, Pastora; che gran bene fai oggi a tutti noi con la testimonianza della tua vita! E’ il Crocifisso di Bojará che ti ha dato la forza di perdonare e di amare, e ti ha aiutato a vedere nella camicia che tua figlia Sandra Paola ha regalato a tuo figlio Jorge Aníbal, non solo il ricordo della loro morte ma la speranza che la pace trionfi definitivamente in Colombia.
Ci commuove anche quello che ha detto Luz Dary nella sua testimonianza: che le ferite del cuore sono più profonde e difficili da sanare di quelle del corpo. E’ così. E ciò che è più importante, ti sei resa conto che non si può vivere nel rancore, che l’amore libera e costruisce. E in questo modo hai cominciato a guarire anche le ferite di altre vittime, a ricostruire la loro dignità. Questo uscire da te stessa ti ha arricchito, ti ha aiutato a guardare in avanti, a trovare pace e serenità e un motivo per continuare a camminare. Ti ringrazio per la stampella che mi offri. Benché ti rimangano ancora conseguenze fisiche delle tue ferite, la tua andatura spirituale è veloce e salda, perché pensi agli altri e vuoi aiutarli. Questa tua stampella è un simbolo di quell’altra stampelle più importante, di cui tutti abbiamo bisogno, che è l’amore e il perdono. Col tuo amore e il tuo perdono stai aiutando tante persone a camminare nella vita. Grazie!
Desidero ringraziare anche per la testimonianza eloquente di Deisy e Juan Carlos. Ci hanno fatto comprendere che tutti, alla fine, in un modo o nell’altro, siamo vittime, innocenti o colpevoli, ma tutti vittime. Tutti accomunati in questa perdita di umanità che la violenza e la morte comportano. Deisy lo ha detto chiaramente: hai capito che tu stessa eri stata una vittima e avevi bisogno che ti fosse concessa un’opportunità. E hai cominciato a studiare, e adesso lavori per aiutare le vittime e perché i giovani non cadano nelle reti della violenza e della droga. C’è speranza anche per chi ha fatto il male; non tutto è perduto. E’ certo che in questa rigenerazione morale e spirituale dei carnefici la giustizia deve compiersi. Come ha detto Deisy, si deve contribuire positivamente a risanare la società che è stata lacerata dalla violenza.
Risulta difficile accettare il cambiamento di quanti si sono appellati alla violenza crudele per promuovere i loro fini, per proteggere traffici illeciti e arricchirsi o per credere, illusoriamente, di stare difendendo la vita dei propri fratelli. Sicuramente è una sfida per ciascuno di noi avere fiducia che possano fare un passo avanti coloro che hanno procurato sofferenza a intere comunità e a tutto un paese. E’ chiaro che in questo grande campo che è la Colombia c’è ancora spazio per la zizzania… Fate attenzione ai frutti: abbiate cura del grano e non perdete la pace a causa della zizzania. Il seminatore, quando vede spuntare la zizzania in mezzo al grano, non ha reazioni allarmistiche. Trova il modo per fari sì che la Parola si incarni in una situazione concreta e dia frutti di vita nuova, benché in apparenza siano imperfetti e incompleti (cfr Esort. ap. Evangelii gaudium, 24). Anche quando perdurano conflitti, violenza, o sentimenti di vendetta, non impediamo che la giustizia e la misericordia si incontrino in un abbraccio che assuma la storia di dolore della Colombia. Risaniamo quel dolore e accogliamo ogni essere umano che ha commesso delitti, li riconosce, si pente e si impegna a riparare, contribuendo alla costruzione dell’ordine nuovo in cui risplendano la giustizia e la pace.
Come ha lasciato intravedere nella sua testimonianza Juan Carlos, in tutto questo processo, lungo, difficile, ma ricco di speranza di riconciliazione, risulta anche indispensabile accettare la verità. E’ una sfida grande ma necessaria. La verità è una compagna inseparabile della giustizia e della misericordia. Unite, sono essenziali per costruire la pace e, d’altra parte, ciascuna di esse impedisce che le altre siano alterate e si trasformino in strumenti di vendetta contro chi è più debole. La verità non deve, di fatto, condurre alla vendetta, ma piuttosto alla riconciliazione e al perdono. Verità è raccontare alle famiglie distrutte dal dolore quello che è successo ai loro parenti scomparsi. Verità è confessare che cosa è successo ai minori reclutati dagli operatori di violenza. Verità è riconoscere il dolore delle donne vittime di violenza e di abusi.
Vorrei, infine, come fratello e come padre, dire: Colombia, apri il tuo cuore di popolo di Dio e lasciati riconciliare. Non temere la verità né la giustizia. Cari colombiani: non abbiate timore di chiedere e di offrire il perdono. Non fate resistenza alla riconciliazione che vi fa avvicinare, ritrovare come fratelli e superare le inimicizie. E’ ora di sanare ferite, di gettare ponti, di limare differenze. E’ l’ora di spegnere gli odi, rinunciare alle vendette e aprirsi alla convivenza basata sulla giustizia, sulla verità e sulla creazione di un’autentica cultura dell’incontro fraterno. Che possiamo abitare in armonia e fraternità, come vuole il Signore! Chiediamo di essere costruttori di pace; che là dove c’è odio e risentimento, possiamo mettere amore e misericordia (cfr Preghiera attribuita a san Francesco di Assisi).
Desidero porre tutte queste intenzioni davanti all’immagine del Crocifisso, al Cristo nero di Bojará:
O Cristo nero di Bojará,
che ci ricordi la tua passione e morte;
insieme con le tue braccia e i tuoi piedi
ti hanno strappato i tuoi figli
che cercarono rifugio in te.
O Cristo nero di Bojará,
che ci guardi con tenerezza
e con volto sereno;
palpita anche il tuo cuore
per accoglierci nel tuo amore.
O Cristo nero di Bojará,
fa’ che ci impegniamo
a restaurare il tuo corpo. Che siamo
tuoi piedi per andare incontro
al fratello bisognoso;
tue braccia per abbracciare
chi ha perso la propria dignità;
tue mani per benedire e consolare
chi piange nella solitudine.
Fa’ che siamo testimoni
del tuo amore e della tua infinita misericordia.

Traduzione in lingua francese
Chers frères et soeurs,
Depuis le premier jour j’ai désiré qu’arrive ce moment de notre rencontre. Vous portez dans vos coeurs et dans votre chair les empreintes de l’histoire vivante et récente de votre peuple, histoire marquée par des événements tragiques mais aussi pleine de gestes héroïques de grande humanité et de haute valeur spirituelle, de foi et d’espérance. Je viens ici avec respect et avec la claire conscience, comme Moïse, de fouler une terre sacrée (cf. Ex 3, 5). Une terre arrosée par le sang de milliers de victimes innocentes et par la douleur déchirante de leurs familles et de leurs proches. Des blessures qu’il coûte de faire cicatriser et qui nous font mal à tous, parce que chaque violence commise contre un être humain est une blessure dans la chair de l’humanité ; chaque mort violente nous diminue en tant que personnes.
Je suis ici non pas tant pour parler moi, mais pour être près de vous et vous regarder dans les yeux, pour vous écouter et ouvrir mon coeur à votre témoignage de vie et de foi. Et, si vous me le permettez, je désirerais aussi vous embrasser et pleurer avec vous, je voudrais que nous prions ensemble et que nous nous pardonnions – moi aussi je dois demander pardon – et qu’ainsi, tous ensemble, nous puissions regarder et aller de l’avant avec foi et espérance.
Nous sommes rassemblés aux pieds du Crucifié de Bojaya, qui, le 2 mai 2002, vit et souffrit le massacre de dizaines de personnes réfugiées dans son église. Cette statue a une forte valeur symbolique et spirituelle. En la regardant nous contemplons non seulement ce qui s’est passé ce jour-là, mais aussi tant de souffrance, tant de mort, tant de vies brisées et tant de sang versé en Colombie ces dernières décennies. Voir le Christ ainsi, mutilé et blessé, nous interpelle. Il n’a plus de bras et il n’a plus de corps, mais il a encore son visage qui nous regarde et qui nous aime. Le Christ brisé et amputé est pour nous encore « davantage le Christ », parce qu’il nous montre, une fois de plus, qu’il est venu pour souffrir pour son peuple et avec son peuple ; et pour nous apprendre aussi que la haine n’a pas le dernier mot, que l’amour est plus fort que la mort et la violence. Il nous apprend à transformer la souffrance en source de vie et de résurrection, pour que, unis à lui et avec lui, nous apprenions la force du pardon, la grandeur de l’amour.
Je remercie nos frères qui ont voulu partager leurs témoignages, au nom de beaucoup d’autres. Combien cela nous fait du bien d’écouter vos histoires ! Je suis bouleversé. Ce sont des histoires de souffrances et d’amertume, mais aussi et surtout, ce sont des histoires d’amour et de pardon qui nous parlent de vie et d’espérance ; de ne pas laisser la haine, la vengeance et la souffrance s’emparer de notre coeur.
L’oracle final du Psaume 85 : « Amour et vérité se rencontrent, justice et paix s’embrassent » (v. 11) est postérieur à l’action de grâce et à la supplication où l’on demande à Dieu : Fais-nous revenir ! Merci Seigneur pour le témoignage de ceux qui ont infligé de la souffrance et qui demandent pardon ; de ceux qui ont injustement souffert et qui pardonnent. Cela est possible seulement avec ton aide et ta présence… cela est déjà un très grand signe que tu veux restaurer la paix et la concorde sur cette terre colombienne.
Pastora Mira, tu l’as très bien dit : tu veux déposer toute ta souffrance, et celle de milliers de victimes, aux pieds de Jésus crucifié pour qu’elle soit associée à la sienne et soit ainsi transformée en bénédiction et en capacité de pardon pour briser le cycle de violence qui a prévalu en Colombie. Tu as raison : la violence engendre plus de violence, la haine plus de haine et la mort plus de mort. Nous devons briser cette chaîne qui parait inéluctable, et cela est possible seulement par le pardon et la réconciliation. Et toi, chère Pastora, et beaucoup d’autres comme toi, vous nous avez montré que c’est possible. Oui, avec l’aide du Christ vivant au milieu de la communauté, il est possible de vaincre la haine, il est possible de vaincre la mort, il est possible de recommencer et d’apporter la lumière à une Colombie nouvelle. Merci Pastora ; quel grand bien tu nous fais à tous, aujourd’hui, par le témoignage de ta vie. C’est le crucifié de Bajaya qui t’a donné cette force de pardonner et d’aimer, et pour t’aider à voir, en la chemise que ta fille Sandra Paola avait offerte à ton fils Jorge Anibal, non seulement le souvenir de leur mort, mais aussi l’espérance que la paix triomphe définitivement en Colombie.
Ce qu’a dit Luz Dary dans son témoignage nous bouleverse aussi : les blessures du coeur sont plus profondes et difficiles à guérir que celles du corps. C’est ainsi. Et, ce qui est le plus important, tu t’es rendu compte qu’on ne peut pas vivre de rancoeur, que seul l’amour libère et construit. Et de cette manière tu as commencé à guérir aussi les blessures d’autres victimes, à reconstruire leur dignité. Cette sortie de toi-même t’a enrichie, t’a aidé à regarder devant, à trouver la paix et la sérénité, et une raison pour aller de l’avant. Je te remercie pour la béquille que tu m’offres. Bien que tu gardes encore des séquelles physiques de tes blessures, ta marche spirituelle est rapide et sûre parce que tu penses aux autres et tu veux les aider. Cette béquille est un symbole de cette autre béquille plus importante, dont nous avons tous besoin, celle de l’amour et du pardon. Par ton amour et ton pardon tu aides beaucoup de personnes à marcher dans la vie. Merci.
Je veux remercier aussi pour le témoignage éloquent de Deisy et de Juan Carlos. Ils nous ont fait comprendre que tous, en fin de compte, d’une manière ou d’une autre, nous sommes aussi des victimes, innocentes ou coupables, mais tous victimes. Tous unis dans cette perte d’humanité que provoquent la violence et la mort. Deisy l’a dit clairement : tu as compris que toi-même avais été une victime et que tu avais besoin qu’on te donne une chance. Et tu as commencé à réfléchir, et maintenant tu travailles pour aider les victimes et pour que les jeunes ne tombent pas dans les réseaux de la violence et de la drogue. Il y a aussi une espérance pour celui qui a fait le mal ; tout n’est pas perdu. Il est certain que dans cette régénération morale et spirituelle de l’agresseur, la justice doit s’accomplir. Comme l’a dit Deisy, il faut contribuer positivement à guérir cette société qui a été déchirée par la violence.
Il semble difficile d’accepter le changement de ceux qui ont fait appel à la violence cruelle pour promouvoir leurs intérêts, pour protéger leurs commerces illicites et s’enrichir, ou pour, hypocritement, prétendre défendre la vie de leurs frères. C’est certainement un défi pour chacun de nous de croire qu’il puisse y avoir un pas en avant de la part de ceux qui ont infligé des souffrances à des communautés et à un pays tout entier. Il est certain qu’en cet immense champ qu’est la Colombie, il y a de la place encore pour l’ivraie… Soyez attentifs aux fruits… prenez soin du blé, et ne perdez pas la paix à cause de l’ivraie. Le semeur, quand il voit poindre l’ivraie au milieu du blé n’a pas de réactions alarmistes. Il trouve la manière dont la Parabole s’incarnera dans une situation concrète et donnera des fruits de vie nouvelle, bien qu’ils soient en apparence imparfaits ou inachevés (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, n. 24). Même quand perdurent les conflits, la violence ou les sentiments de vengeance, n’empêchons pas la justice et la miséricorde de se rencontrer dans une étreinte que l’histoire de souffrance de la Colombie assumera. Guérissons cette souffrance et accueillons tout être humain qui a commis des délits, les reconnaît, se repent et s’engage à réparer en contribuant à la construction de l’ordre nouveau où brillent la justice et la paix.
Comme l’a laissé entrevoir dans son témoignage Juan Carlos, dans tout ce processus, long, difficile, mais qui donne l’espérance de la réconciliation, il est indispensable aussi d’assumer la vérité. C’est un défi grand mais nécessaire. La vérité est une compagne indissociable de la justice et de la miséricorde. Ensemble, elles sont essentielles pour construire la paix et, d’autre part, chacune d’elle empêche que les autres soient altérées et se transforment en instruments de vengeance sur celui qui est le plus faible. La vérité ne doit pas, de fait, conduire à la vengeance, mais, bien plutôt, à la réconciliation et au pardon. La vérité, c’est de dire aux familles déchirées par la douleur ce qui est arrivé à leurs parents disparus. La vérité, c’est d’avouer ce qui s’est passé avec les plus jeunes enrôlés par les acteurs violents. La vérité, c’est de reconnaître la souffrance des femmes victimes de violence et d’abus.
Je voudrais, enfin, comme frère et comme père, dire : Colombie, ouvre ton coeur de peuple de Dieu et laisse-toi réconcilier. Ne crains pas la vérité ni la justice. Chers Colombiens : n’ayez pas peur de demander ni d’offrir le pardon. Ne résistez pas à la réconciliation pour vous rapprocher, vous rencontrer comme des frères et dépasser les inimitiés. C’est le moment de guérir les blessures, de construire des ponts, d’aplanir les différences. C’est le moment de désactiver les haines, de renoncer aux vengeances, et de s’ouvrir à la cohabitation fondée sur la justice, sur la vérité et sur la création d’une véritable culture de la rencontre fraternelle. Puissions-nous vivre en harmonie et dans la fraternité, comme désire le Seigneur. Demandons à être constructeurs de paix, que là où il y a la haine et le ressentiment, nous mettions l’amour et la miséricorde (cf. Prière attribuée à saint François d’Assise).
Je souhaite déposer toutes ces intentions devant la statue du crucifié, le Christ noir de Bojaya:
Oh, Christ noir de Bojaya,
qui nous rappelles ta passion et ta mort ;
avec tes bras et tes pieds
ils t’ont arraché à tes enfants
qui cherchaient refuge en toi.
Oh, Christ noir de Bojaya,
qui nous regardes avec tendresse,
la sérénité règne sur ton visage ;
ton coeur bat aussi
pour nous accueillir dans ton amour.
Oh, Christ noir de Bojaya,
fais que nous nous engagions
à restaurer ton corps. Que nous soyons
tes pieds pour sortir à la rencontre
du frère dans le besoin ;
tes bras pour étreindre
celui qui a perdu sa dignité ;
tes mains pour bénir et consoler
celui qui pleure dans la solitude.
Fais que nous soyons témoins
de ton amour et de ton infinie miséricorde.

Traduzione in lingua inglese
Dear Brothers and Sisters,
I have been looking forward to this moment since my arrival in your country. You carry in your hearts and your flesh the signs of the recent, living memory of your people which is marked by tragic events, but also filled with heroic acts, great humanity, and the noble spiritual values of faith and hope. I come here with respect and with a clear awareness that, like Moses, I am standing on sacred ground (cf. Ex 3:5). A land watered by the blood of thousands of innocent victims and by the heart-breaking sorrow of their families and friends. Wounds that are hard to heal and that hurt us all, because every act of violence committed against a human being is a wound in humanity’s flesh; every violent death diminishes us as people.
I am here not so much to speak, but to be close to you and to see you with my own eyes, to listen to you and to open my heart to your witness of life and faith. And if you will allow me, I wish also to embrace you and weep with you. I would like us to pray together and to forgive one another – I also need to ask forgiveness – so that, together, we can all look and walk forward in faith and hope.
We have gathered at the feet of the Crucifix of Bojayá, which witnessed and endured the massacre of more than a hundred people, who had come to the Church for refuge on 2 May 2002. This image has a powerful symbolic and spiritual value. As we look at it, we remember not only what happened on that day, but also the immense suffering, the many deaths and broken lives, and all the blood spilt in Colombia these past decades. To see Christ this way, mutilated and wounded, questions us. He no longer has arms, nor is his body there, but his face remains, with which he looks upon us and loves us. Christ broken and without limbs is for us “even more Christ”, because he shows us once more that he came to suffer for his people and with his people. He came to show us that hatred does not have the last word, that love is stronger than death and violence. He teaches us to transform pain into a source of life and resurrection, so that, with him, we may learn the power of forgiveness, the grandeur of love.
I thank our brothers and sisters who have shared their testimonies with us, on behalf of so many others. How good it is for us to hear their stories! I am moved listening to them. They are stories of suffering and anguish, but also, and above all, they are stories of love and forgiveness that speak to us of life and hope; stories of not letting hatred, vengeance or pain take control of our hearts.
The final prophecy of Psalm 85 – “Mercy and faithfulness will meet; righteousness and peace will kiss each other” (v. 10) – follows the working of grace and the petition to God: “Restore us!” Thank you, Lord, for the witness of those who inflicted suffering and who ask for forgiveness; for the witness of those who suffered unjustly and who forgive. This is only possible with your help and presence… this is already a great sign of your desire to restore peace and harmony in this land of Colombia.
Pastora Mira, you put it well: you want to place all your suffering, and that of the thousands of victims, at the feet of Jesus Crucified, so that united to his suffering, it may be transformed into blessing and forgiveness so as to break the cycle of violence that has reigned over Colombia. You are right: violence leads to more violence, hatred to more hatred, death to more death. We must break this cycle which seems inescapable; this is only possible through forgiveness and reconciliation. And you, dear Pastora, and so many others like you, have shown us that this is possible. Yes, with the help of Christ alive in the midst of the community, it is possible to conquer hatred, it is possible to conquer death and it is possible to begin again and usher in a new Colombia. Thank you, Pastora; you have helped us greatly today by the witness of your life. It is the Crucified One of Bojayá who has given you this strength to forgive and to love, to help you to see in the shirt that your daughter Sandra Paola gave to your son Jorge Aníbal not only a remembrance of their deaths, but the hope that peace will finally triumph in Colombia.
We are also moved by what Luz Dary said in her testimony: that the wounds of the heart are deeper and more difficult to heal than those of the body. This is true. Even more important, you realized that it is not possible to live with resentment, but only with a love that liberates and builds. And so you also began to heal the wounds of other victims, to rebuild their dignity. This going out of yourself has enriched you, has helped you look ahead, find peace and serenity and a reason to keep moving forward. I thank you for the crutch you have given me. Although you still have physical side-effects from your injuries, your spiritual gait is fast and steady, because you think of others and want to help them. Your crutch is a symbol of the more important crutch we all need, which is love and forgiveness. By your love and forgiveness you are helping so many people to walk in life. Thank you.
I wish to acknowledge also the powerful testimony of Deisy and Juan Carlos. You have helped us to understand that, in the end, in one way or another, we too are victims, innocent or guilty, but all victims. We are all united in this loss of humanity that means violence and death. Deisy has said it clearly: you realized that you yourself were a victim and you needed to be given a chance. So you started to study, and now you work to help victims and prevent young people from falling into the snares of violence and drugs. There is also hope for those who did wrong; all is not lost. Of course justice requires that perpetrators of wrongdoing undergo moral and spiritual renewal. As Deisy said, we must make a positive contribution to healing our society that has been wounded by violence.
It can be difficult to believe that change is possible for those who appealed to a ruthless violence in order to promote their own agenda, protect their illegal affairs so they could gain wealth, or claim – dishonestly – that they were defending the lives of their brothers and sisters. Undoubtedly, it is a challenge for each of us to trust that those who inflicted suffering on communities and on a whole country can take a step forward. It is true that in this enormous field of Colombia there is nevertheless room for weeds… You must be attentive to the fruit… care for the wheat and do not lose peace because of the weeds. When the sower finds weeds mingled with the wheat, he or she is not alarmed. Search for the way in which the Word becomes incarnate in concrete situations and produces the fruit of new life, even if it appears to be imperfect or incomplete (cf. Evangelii Gaudium, 24). Even when conflicts, violence and feelings of vengeance remain, may we not prevent justice and mercy from embracing Colombia’s painful history. Let us heal that pain and welcome every person who has committed offences, who admits their failures, is repentant and truly wants to make reparation, thus contributing to the building of a new order where justice and peace shine forth.
As Juan Carlos has let us glimpse in his testimony, throughout this long, difficult, but hopeful process of reconciliation, it is also indispensable to come to terms with the truth. It is a great challenge, but a necessary one. Truth is an inseparable companion of justice and mercy. Together they are essential to building peace; each, moreover, prevents the other from being altered and transformed into instruments of revenge against the weakest. Indeed, truth should not lead to revenge, but rather to reconciliation and forgiveness. Truth means telling families torn apart by pain what happened to their missing relatives. Truth means confessing what happened to minors recruited by violent people. Truth means recognizing the pain of women who are victims of violence and abuse.
I wish finally, as a brother and a father, to say this: Colombia, open your heart as the People of God and be reconciled. Fear neither the truth nor justice. Dear people of Colombia: do not be afraid of asking for forgiveness and offering it. Do not resist that reconciliation which allows you to draw near and encounter one another as brothers and sisters, and surmount enmity. Now is the time to heal wounds, to build bridges, to overcome differences. It is time to defuse hatred, to renounce vengeance, and to open yourselves to a coexistence founded on justice, truth, and the creation of a genuine culture of fraternal encounter. May we live in harmony and solidarity, as the Lord desires. Let us pray to be builders of peace, so that where there is hatred and resentment, we may bring love and mercy (cf. Prayer attributed to Saint Francis of Assisi).
I wish to place all of these intentions before the image of the Crucified One, the black Christ of Bojayá:
O black Christ of Bojayá,
who remind us of your passion and death;
together with your arms and feet
they have torn away your children
who sought refuge in you.
O black Christ of Bojayá,
who look tenderly upon us
and in whose face is serenity;
your heart beats
so that we may be received in your love.
O black Christ of Bojayá,
Grant us to commit ourselves to restoring your body.
May we be your feet that go forth to encounter
BOLLETTINO N. 0571 - 08.09.2017 12
our brothers and sisters in need;
your arms to embrace
those who have lost their dignity;
your hands to bless and console
those who weep alone.
Make us witnesses
to your love and infinite mercy.

Traduzione in lingua portoghese
Queridos irmãos e irmãs!
Desejei, desde o primeiro dia, que chegasse este momento do nosso encontro. Trazeis no vosso coração e na vossa carne as marcas da história viva e recente do vosso povo, sulcada por acontecimentos trágicos, mas cheia também de gestos heroicos de grande humanidade e de alto valor espiritual de fé e esperança. Venho aqui com respeito e bem ciente de me encontrar, como Moisés, pisando uma terra sagrada (cf. Ex 3, 5). Uma terra regada com o sangue de milhares de vítimas inocentes e a dor angustiante dos seus familiares e conhecidos. Feridas que custam a cicatrizar e que nos fazem sofrer a todos, porque cada ato de violência cometido contra um ser humano é uma ferida na carne da humanidade; cada morte violenta «diminui-nos» como pessoas.
Estou aqui não tanto para falar, mas para estar perto de vós e fixar-vos nos olhos, para vos escutar e abrir o meu coração ao vosso testemunho de vida e fé. E, se mo permitis, desejaria também abraçar-vos e chorar convosco, queria que rezássemos juntos e nos perdoássemos – também eu devo pedir perdão – e que assim, todos juntos, pudéssemos olhar em frente e avançar com fé e esperança.
Reunimo-nos aos pés do Crucificado de Bojayá, que, no dia 2 de maio de 2002, presenciou e sofreu o massacre de dezenas de pessoas refugiadas na sua igreja. Esta imagem possui um forte valor simbólico e espiritual. Ao fixá-la, contemplamos não só o que aconteceu naquele dia, mas também tanto sofrimento, tanta morte, tantas vidas destroçadas e tanto sangue derramado na Colômbia nos últimos decénios. Ver Cristo assim, mutilado e ferido, interpela-nos. Não tem braços e o seu corpo já não está inteiro, mas conserva o seu rosto e, com ele, olha-nos e ama-nos. Cristo partido e amputado, para nós, ainda é «mais Cristo», porque mostra-nos uma vez mais que Ele veio para sofrer pelo seu povo e com o seu povo, e também para nos ensinar que o ódio não tem a última palavra, que o amor é mais forte do que a morte e a violência. Ensina-nos a transformar o sofrimento em fonte de vida e ressurreição, para que, unidos a Ele e com Ele, aprendamos a força do perdão, a grandeza do amor.
Agradeço a estes nossos irmãos que quiseram, em nome de muitos outros, compartilhar o seu testemunho. Como nos faz bem ouvir as histórias deles! Deixam-me comovido. São histórias de sofrimento e amargura, mas também, e sobretudo, histórias de amor e perdão, que nos falam de vida e esperança, de não deixar que o ódio, a vingança e a dor se apoderem do nosso coração.
O oráculo final do Salmo 85 – «O amor e a fidelidade vão encontrar-se. Vão beijar-se a justiça e a paz» (v. 11) – aparece depois da ação de graças e da súplica onde se pede a Deus: Renovai-nos! Obrigado, Senhor, pelo testemunho daqueles que infligiram dor e pedem perdão; daqueles que sofreram injustamente e perdoam. Isto é possível com a vossa ajuda e a vossa presença. Isto já é um sinal enorme de que quereis reconstruir a paz e a concórdia nesta terra colombiana.
Pastora Mira, disseste-lo muito bem: Queres colocar todo o sofrimento, teu e o de milhares de vítimas, aos pés de Jesus Crucificado, para que se una ao d’Ele e, assim, se transforme em bênção e capacidade de perdão para romper o ciclo de violência que imperou na Colômbia. Tens razão: a violência gera mais violência, o ódio mais ódio, e a morte mais morte. Temos de quebrar esta corrente que aparece como inelutável, e isto é possível apenas com o perdão e a reconciliação. Tu, querida Pastora, e muitos outros como tu demonstraram que é possível. Sim, com a ajuda de Cristo vivo no meio da comunidade, é possível vencer o ódio, é possível vencer a morte, é possível começar de novo e dar vida a uma Colômbia nova. Obrigado, Pastora! Como é grande o bem que hoje nos fazes a todos com o testemunho da tua vida. Foi o Crucificado de Bojayá que te deu a força de perdoar e amar, e te ajudou a ver, na camisa que a tua filha Sandra Paula deu de prenda ao teu filho Jorge Aníbal, não só a recordação das suas mortes, mas também a esperança de que a paz triunfe definitivamente na Colômbia.
Comoveu-nos também o que disse Luz Dary no seu testemunho: as feridas do coração são mais profundas e difíceis de sanar do que as do corpo. É mesmo assim. E – o que é mais importante – deste-te conta de que não se pode viver no rancor, de que o amor liberta e constrói. E deste modo começaste a curar também as feridas doutras vítimas, a reconstruir a sua dignidade. O facto de saíres de ti mesma enriqueceu-te, ajudou-te a olhar em frente, a encontrar paz e serenidade e um motivo para continuar a caminhar. Agradeço-te a muleta que me ofereces. Embora permaneçam ainda sequelas físicas das tuas feridas, o teu caminhar espiritual é desimpedido e firme, porque pensas nos outros e queres ajudá-los. Esta tua muleta é símbolo doutra muleta mais importante, de que todos nós precisamos: o amor e o perdão. Com o teu amor e o teu perdão, estás a ajudar muitas pessoas a caminhar na vida. Obrigado!
Desejo agradecer também o eloquente testemunho de Deisy e Juan Carlos. Fizeram-nos compreender que no fim de contas, duma forma ou doutra, todos somos vítimas, inocentes ou culpados, mas todos vítimas. Todos irmanados naquela perda de humanidade que a violência e a morte comportam. Disse-o claramente Deisy: compreendeste que tu própria foste uma vítima e precisavas que te fosse concedida uma oportunidade. Começaste a estudar, e agora trabalhas para ajudar as vítimas e para que os jovens não caiam nas malhas da violência e da droga. Há esperança também para quem fez o mal; nem tudo está perdido. É verdade que, na regeneração moral e espiritual dos verdugos, tem que se cumprir a justiça. Como disse Deisy, deve-se contribuir positivamente para sanar a sociedade que foi lacerada pela violência.
É difícil aceitar a mudança daqueles que fizeram apelo à violência cruel para promover os seus fins, proteger tráficos ilícitos e enriquecer-se ou por acreditar, ilusoriamente, que estavam a defender a vida dos seus irmãos. É certamente um desafio para cada um de nós confiar que possam dar um passo em frente aqueles que infligiram sofrimento a comunidades inteiras e a todo o país. É claro que, neste campo enorme que é a Colômbia, ainda há espaço para o joio... Estai atentos aos frutos! Cuidai do trigo e não percais a paz por causa do joio. O semeador, quando vê desabrochar o joio no meio do trigo, não tem reações alarmistas. Encontra o modo para fazer com que a Palavra se encarne numa situação concreta e dê frutos de vida nova, embora aparentemente sejam imperfeitos ou defeituosos (cf. Francisco, Exort. ap. Evangelii gaudium, 24). Mesmo se perdurarem conflitos, violência ou sentimentos de vingança, não impeçamos que a justiça e a misericórdia se unam num abraço que assuma a história de sofrimento da Colômbia. Curemos aquele sofrimento e acolhamos todo o ser humano que cometeu delitos, reconhece-os, arrepende-se e compromete-se a reparar, contribuindo para a construção duma ordem nova onde brilhem a justiça e a paz.
Como Juan Carlos deixou vislumbrar no seu testemunho, em todo este processo – longo, difícil mas rico de esperança de reconciliação – é indispensável também assumir a verdade. É um desafio grande, mas necessário. A verdade é uma companheira inseparável da justiça e da misericórdia. Se, por um lado, são essenciais, juntas, para construir a paz, por outro, cada uma delas impede que as restantes sejam adulteradas e se transformem em instrumentos de vingança contra quem é mais frágil. De facto, a verdade não deve levar à vingança, mas antes à reconciliação e ao perdão. A verdade é contar às famílias dilaceradas pela dor o que aconteceu aos seus parentes desaparecidos. A verdade é confessar o que aconteceu aos menores recrutados pelos agentes de violência. A verdade é reconhecer o sofrimento das mulheres vítimas de violência e de abusos.
Por fim queria, como irmão e como pai, dizer: Colômbia, abre o teu coração de povo de Deus e deixa-te reconciliar. Não tenhas medo da verdade nem da justiça. Queridos colombianos, não tenhais medo de pedir e oferecer o perdão. Não oponhais resistência à reconciliação que vos faz aproximar uns dos outros, reencontrar-vos como irmãos e superar as inimizades. É hora de sanar feridas, lançar pontes, limar diferenças. É hora de apagar os ódios, renunciar às vinganças e abrir-se à convivência baseada na justiça, na verdade e na criação duma autêntica cultura do encontro fraterno. Oxalá possamos habitar em harmonia e fraternidade, como o Senhor quer. Peçamos para ser construtores de paz; que, onde houver ódio e ressentimento, possamos colocar amor e misericórdia (cf. Oração atribuída a São Francisco de Assis)!
Quero depor todas estas intenções diante da imagem do Crucificado, o Cristo negro de Bojayá:
Ó Cristo negro de Bojayá,
que nos lembrais a vossa paixão e morte;
juntamente com os vossos braços e pés
arrancaram-Vos os vossos filhos
que em Vós procuravam refúgio.
Ó Cristo negro de Bojayá,
que nos olhais com ternura
e com rosto sereno;
que o vosso coração palpite também
para nos acolher no vosso amor.
Ó Cristo negro de Bojayá,
fazei que nos comprometamos
a restaurar o vosso corpo. Que sejamos
os vossos pés para ir ao encontro
do irmão necessitado;
os vossos braços para abraçar
quem perdeu a sua dignidade;
as vossas mãos para abençoar e consolar
quem chora na solidão.
Fazei que sejamos testemunhas
do vosso amor e da vossa misericórdia infinita.


Sosta presso la Croce della Riconciliazione di Villavicencio
Questo pomeriggio, il Santo Padre Francesco si reca al Parque de los Fundadores di Villavicencio per sostare presso la Croce della Riconciliazione (Crucifijo de Bojayá) collocata nel Parco.
Sono presenti il Presidente della Repubblica della Colombia, Juan Manuel Santos Calderón, circa 400 bambini e un gruppo di indigeni. Il Papa è accolto da alcuni bambini che lo accompagnano alla Croce mentre un coro di voci bianche esegue un canto tradizionale. Il Santo Padre si ferma nei pressi della Croce della Riconciliazione Nazionale; sul monumento è riportato il numero delle vittime della violenza che ha scosso la Nazione negli ultimi decenni.
Dopo lo squillo del silenzio militare e un breve momento di preghiera silenziosa, Papa Francesco pianta un albero come simbolo della vita che si rinnova. Quindi si trasferisce in auto all’aeroporto Apiay di Villavicencio da dove – a bordo di un A321 dell’Avianca – decolla per rientrare a Bogotá. Al Suo arrivo all’aeroporto militare CATAM di Bogotá fa ritorno alla Nunziatura Apostolica dove, all’esterno, è accolto da un gruppo di vittime della violenza, da militari, agenti ed ex-guerriglieri.



***

Colombia – Villavicencio. Parque Las Malocas. Gran encuentro de oración por la reconciliación nacional. Testimonios 

Sala stampa della Santa Sede 

1) – Testimonio de Juan Carlos Murcia Perdomo (por 12 años en las FARC) sobre la Verdad
Papa Francisco,
Soy Juan Carlos Murcia Perdomo, provengo del Caquetá y por 12 años he estado en las FARC. Cuando me reclutaron tenía dieciséis años; después de poco tiempo perdí la mano izquierda, manipulando explosivos.
Al inicio colaboré con convicción en la causa de la revolución. Así, fui promovido a comandante de escuadra con la tarea de acercarme a la población para ilustrarla sobre la doctrina de nuestro grupo alzado en armas. Con el tiempo, sin embargo, me sentí frustrado y utilizado. Al mismo tiempo, sentía una ansiosa nostalgia por mis padres, de los cuales me habían obligado a perder cualquier rastro.

A pesar de que me enseñaron que el único verdadero Dios son las armas y el dinero, no perdí del todo la fe y Dios me hizo comprender que la violencia no es verdad y que debía salir de la selva más profunda, la de mi corazón esclavizado por el mal, si quería vivir feliz. Percibía que la verdadera revolución traía consigo, ante todo, que asumiera la verdad sobre mí mismo, como también la aceptación de las obligaciones de la justicia respecto a mí y la demostración de que definitivamente he cambiado.
De este modo nació Funddrras, una Fundación para el desarrollo del deporte: al inicio doce, y ahora setenta jóvenes, a quienes, a través del deporte, ayudo a no ser reclutados ni por las armas ni por las drogas. Ellos me han enseñado muchas cosas y yo he buscado trasmitirles a ellos la pasión por la verdad y la libertad.
Con esta misma pasión he aceptado dar hoy mi testimonio. Puedo pedir así una vez más perdón, mi corazón se desahoga y me siento más libre.
 
2) - Testimonio de Deisy Sánchez Rey (reclutada para las Autodefensas Unidas de Colombia) sobre la Justicia
Santidad,
Me llamo Deisy Sánchez Rey y provengo de Barrancabermeja, Santander. A los 16 años fui reclutada por mi hermano para las Autodefensas Unidas de Colombia. Por 3 años abracé las armas, desempeñándome sobre todo en las comunicaciones, hasta cuando fui arrestada.
Después de más de dos años de cárcel quería cambiar de vida, pero las AUC me obligaron a entrar nuevamente en sus filas, donde permanecí hasta cuando se desmovilizó el Bloque Puerto Boyacá, del cual era integrante.

En mi familia no todos son católicos, pero personalmente permanecí cercana a la Iglesia y, en la Eucaristía dominical, encuentro ahora consuelo y una orientación para el futuro. He comprendido, por ejemplo, aquello que ya sentía desde hacía tiempo, o sea que yo misma había sido una víctima y tenía necesidad de que me fuese concedida una oportunidad. He aceptado también que era justo que aportase a la sociedad, a la cual había hecho daño gravemente en el pasado. Así, decidí estudiar sicología y ahora aporto al trabajo con población víctima de la violencia y ayudo profesionalmente a jóvenes vulnerables y personas adultas en rehabilitación por consumo de sustancias psicoactivas.
Pido al Señor, y a Usted Santo Padre, que rece para que los victimarios se dignifiquen a sí mismos, y a las víctimas, dándoles la cara, mostrándose disponibles a saldar sus deudas con la justicia y a contribuir positivamente a la sociedad que han lacerado. ¡Muchas gracias!
 
3) - Testimonio de Luz Dary Landazury (víctima de la explosión de un artefacto) sobre la Misericordia
Papa Francisco,
Soy Luz Dary Landazury. El 18 de octubre del 2012 la explosión de un artefacto puesto por la guerrilla en los alrededores de Tumaco, en el Océano Pacífico colombiano, acabó irremediablemente con mi talón de Aquiles, fracturó mi tibia y el peroné y puso en riesgo de amputación mi pierna izquierda. Las esquirlas provocaron decenas de heridas en mi cuerpo. De aquel día recuerdo solo los gritos de la gente y que había sangre por todas partes. Lo que más me aterrorizaba era la suerte de Luz Ariana, mi niña de 7 meses: ella estaba cubierta de sangre y en su rostro se le habían incrustado innumerables pedazos de vidrio.
Ahora Luz Ariana está bien y yo me he recuperado lentamente, gracias a Dios, a través de la Diócesis de Tumaco. Hoy deseo ofrecer a Cristo crucificado la única muleta que me queda después del atentado y que he usado para la recuperación. La segunda la he regalado a otra víctima, que la necesitaba urgentemente.
Aquella bomba es como si hubiera estallado también dentro de mi corazón, para permitirme curar las heridas mucho más profundas que aquellas de la piel. Al inicio sentía rabia y rencor, pero después he descubierto que, si me limitaba a transmitir este odio, creaba más violencia todavía. He entendido que muchas víctimas tenían necesidad de descubrir, por medio de mi experiencia, que tampoco para ellas había terminado todo y que no se puede vivir del rencor. Así he comenzado a visitarles y a ayudarles, me he preparado para enseñar a prevenir el riesgo de accidentes por los millones de minas sembradas en nuestro territorio, y ahora me siento mejor. Doy gracias a Dios por haber comprendido que ayudar a los demás no es tiempo perdido, sino que me enriquece.

4) – Testimonio de Pastora Mira García (víctima de la violencia) sobre la Paz
Santidad,
Me llamo Pastora Mira García, soy católica, viuda y, en varias ocasiones, víctima de la violencia. Cuando tenía 6 años, la guerrilla y los paramilitares no habían llegado todavía a mi pueblo: San Carlos, Antioquia. Mi padre fue matado. Años más tarde, pude cuidar a su asesino, quien, en ese momento, se había enfermado, era ya anciano y estaba abandonado.
Cuando mi hija tenía solo 2 meses, mataron a mi primer marido. En seguida, entré a trabajar en la inspección de policía, pero tuve que renunciar por las amenazas de la guerrilla y los paramilitares, que se habían instalado en la zona. Con muchos esfuerzos logré montar una juguetería, pero la guerrilla empezó a cobrarme vacunas, por lo cual terminé regalando las mercancías.
En 2001, los paramilitares desaparecieron a mi hija Sandra Paola; emprendí su búsqueda, pero encontré el cadáver solo después de haberlo llorado por 7 años. Todo este sufrimiento me ha hecho más sensible al dolor ajeno y, a partir de 2004, trabajo con las familias de las víctimas de desaparición forzada y con los desplazados.
¡Pero no todo estaba aún cumplido! En 2005, el Bloque Héroes de Granada, de los paramilitares, asesinó a Jorge Aníbal, mi hijo menor. Tres días después de haberlo sepultado, atendí, herido, a un jovencito y lo puse a descansar en la misma cama que había pertenecido a Jorge Aníbal. Al salir de la casa, el joven vio sus fotos y reaccionó contándome que era uno de sus asesinos y cómo lo habían torturado antes de matarlo. Doy gracias a Dios que, con la ayuda de Mamita María, me dio la fuerza de servirle sin causarle daño, a pesar de mi indecible dolor.
Ahora coloco este dolor y el sufrimiento de las miles de víctimas de Colombia a los pies de Jesús Crucificado, para que se una al suyo y, a través de la plegaria de Su Santidad, sea transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia de las últimas 5 décadas en Colombia. Como signo de esta ofrenda de dolor, depongo a los pies de la cruz de Bojayá la camisa que Sandra Paola, mi hija desaparecida, había regalado a Jorge Aníbal, el hijo que me mataron los paramilitares. La conservamos en familia como auspicio de que todo esto nunca más vaya a ocurrir y la paz triunfe en Colombia.
Dios transforme el corazón de quienes se niegan a creer que con Cristo todo puede cambiar y no tienen la esperanza de un país en paz y más solidario.